sábado, 26 de marzo de 2011

Cuando las emociones mandan

Se encontraron de nuevo. Cinco años habían pasado. Cinco años, algunos hombres, bastantes mujeres. Experiencias de todos los tipos, empleos de lo más variados. Los amigos eran casi los mismos, y sus ganas de estar con él también. Esa energía que le recorría el cuerpo cuando lo veía seguía estando, esa magia que aparecía cuando lo escuchaba, que la hacía sonreír sin dejar un solo diente oculto detrás de los labios. Eso que no entendía, pero que se manifestaba todo el tiempo, eso que la hacía temblar.

Había pensado que ya eso no le iba a pasar, que el tiempo había barrido todo rastro de aquel sentimiento. ¡Qué inocente!... pensaba, ese había sido siempre su problema: pensar. Cuando las emociones dominan y afloran tan desesperadamente están pasando sin pedir permiso, no hay pensamiento que las pueda detener. Fue verlo y saber que no había vuelta atrás. Si cinco años separados, casi sin noticias suyas, no habían podido con los sentimientos, nada iba a poder con ellos; se habían impuesto de hecho y comandaban autoritariamente todo su cuerpo, toda su alma, todo su ser.

Esa noche tomó hasta que el hígado le rogó que pare, hasta que dejó de sentir sus dientes, hasta que la temperatura ambiente le fue completamente indiferente. Anuló su cuerpo, sus sensaciones. Se acurrucó en un rincón con la esperanza de volverse invisible. Sus amigas ya no estaban. Él caminaba por todos lados, se reía, hablaba, bailaba, tomaba. Ella no podía evitar perseguirlo con la mirada, verlo la hacía feliz.

El reflejo de una luz en sus retinas la atacó de repente provocándole una invasión de dolores en la cabeza que trató de amortiguar apretándola con sus manos. Hundió la cabeza en sus rodillas y así se quedó, quieta, evitando la luz, tratando aplacar la guerra que se estaba desatando en su cerebro.

Así estaba cuando sintió que alguien le acariciaba el pelo. “¿Estás bien?”, escuchó como si la voz llegara desde el fondo de la tierra, o desde el espacio exterior. Levanto la vista con una sonrisa tatuada en la cara, era él. Él con toda su dulzura, él la acariciaba, él la miraba, él la cuidaba. Ahora era al revés, sin embargo, a diferencia de aquella otra noche, ella sí estaba en condiciones de tomar decisiones, nunca había estado más segura de algo en toda su vida. Cuando él le corría el pelo de la cara, ella lo miró. Él le devolvió la mirada más llena de ternura que había sentido, la poca racionalidad que le quedaba se derrumbó y lo besó. Jamás había creído que existiera una sensación tan hermosa. Se sintió completa, completa y feliz.