jueves, 6 de agosto de 2009

El amor de tu vida no te va a tocar el timbre


“El amor de tu vida no te va a tocar el timbre, nena”, me dijo incontables veces a lo largo de mi vida. “Ya lo se mamá, dejame en paz, ¿querés?”.

Y si, mi madre no era muy diferente al resto. Había crecido con la tradicional idea de que las mujeres tienen que casarse y tener hijos; todo antes de los 30, obvio, sino en la cola de la verdulería ibas a convertirte en “la solterona” mucho antes de lo que tus racionales expectativas te preparasen para semejante cartel.

Pero yo estaba cómoda así. La verdad, mis ganas de de salir a buscar un novio eran nulas; y bueno, mi futuro novio no me iba a tocar el timbre. Mi mamá no podía soportar mi soltería, y menos aún mi falta de preocupación ante el tema.

Que enroscada es la vida a veces, o al menos la mía siempre lo fue. Cada vez que pienso en todo lo que pasó me cuesta creer que haya ocurrido de verdad.

Fue una mañana de martes, me acuerdo porque volví temprano de la facultad. Llegué, me saqué las zapatillas y me puse el pijama. Estar en jean en mi casa me resultó y me sigue resultando imposible. Calenté el agua y prendí la radio, un sahumerio de lavanda y listo, el ambiente perfecto para mi merecido (o puede que no tanto) relax.

¡Ring! El timbre me hizo volver a la realidad de repente. No se cuanto tiempo había pasado, pudo haber sido una hora o quince minutos, la lavanda me pierde. Al llegar al portero eléctrico tuve que callar el sinfín de insultos al aire para poder averiguar la identidad del culpable de tan atroz acción. “¡Sodero!”, respondió el maldito. “Ya voy”, dije notoriamente malhumorada. Mientras agarraba los sifones pensaba en cuanto odiaba que no respetaran mis horarios, “después de la una”, les había aclarado más de una vez.

Abrí la puerta con mi mejor cara de mala. “¿Te desperté?”, me dijo el muchacho centrando su mirada en mi vestimenta y haciéndose el gracioso. No era mi sodero de siempre y me cayó mal tanta confianza. “No”, balbuceé sin mirarlo. Ni siquiera me reí, “son cuatro” respondí entregándole los sifones.

De repente mi fastidio se pasó, todavía insisto en que me debe haber echado mal de ojos. Por cuestiones temporales no puedo asegurarlo, pero podría jurar que en ese preciso momento me empezó a doler la cabeza. Cuando el camión arrancó cerré la puerta y me apoyé sobre ella. Tenía dibujada, en la cara, una sonrisa de oreja a oreja.

El martes siguiente me fui antes de clase. Cuando llegué a mi casa no me saqué las zapatillas ni el jean. En cambio me maquillé un poco y me peiné. El aroma de mi cuarto ya no era del sahumerio de lavanda, ahora venía de mi frasquito de perfume importado. Esta vez él no hizo ningún chiste aunque yo sí me reí. Lo saludé con un beso y me sonrojé.

Los martes fueron pasando y ya no fueron solo martes, también fueron miércoles, jueves, viernes, sábados, domingos y lunes. Tampoco fueron solo mañanas, fueron noches, tardes y días enteros. Él ya no es sodero ni yo sigo estudiando. Ahora vivimos juntos y yo le digo a mi hija que tenga cuidado, porque cuando menos se lo espere, el amor de su vida le puede tocar el timbre.

4 comentarios:

Capitan de su calle dijo...

jajaa que leeeendoo!

una historia sencilla, que bien por eso.

besos

Goldie Lockheart dijo...

"El sodero de mi vida."
Sublime.

Belu.M dijo...

genial... ojalá todo fuera tan fácil jaja. No te va a cer todo del cielo, me dicen a mi... capaz solo hay que esperar un poco más no? quien dice?
pasate por mi blog :D
besos

Lucía dijo...

Que lindo noe!
Me hizo emocionar un poco y todo jajaja (Que raro,no?)
Me encanta leerte amiga :)