lunes, 17 de agosto de 2009

Estrategias de abogados

Me casé a los veintidós. Ahora veo a mi nieta, que tiene esa edad, y no puedo creerlo. Ella no tiene ni siquiera un novio. Estudia, recién está empezando a trabajar. Yo no fui a ninguna universidad, lo importante para una mujer es ser una buena ama de casa. Ella no sabe cocinar, tejer, ni bordar, debe ser por eso que está soltera.
Mi marido tenía veintiocho cuando nos casamos. El había estudiado, se había recibido de abogado un año antes del casamiento. Trabajaba en un estudio, después se puso el suyo propio. Solía leer mucho, todo tipo de libros. Cuando no trabajaba, se encerraba en la biblioteca, casi no compartimos charlas pasados los primeros años. Él era un hombre reservado, su trabajo lo obligaba a hablar mucho, por eso cuando llegaba a casa ya no tenía ganas.
Sólo lo notaba conversador cuando nos juntábamos con Ana y Francisco Cabral. Francisco había sido compañero de Raúl en la facultad, terminaron juntos. Ana se recibió algunos años más tarde. Los tres formaban una sociedad.
Ella no cocinaba tan rico como yo, aunque la chica que contrataba para hacer las tareas del hogar no lo hacía mal. Ana hablaba mucho con Raúl, más que yo seguro. Siempre cosas del trabajo supongo, yo no entiendo de eso.
Francisco participaba de las conversaciones, claro, era su estudio también. Aunque nunca fue tan obsesivo del trabajo como ellos. A veces se acercaba a mí y me contaba historias de sus viajes. Él viajaba mucho con su mujer, habían conocido las mejores ciudades de Europa. Yo siempre le pedía a Raúl que me llevara, pero él decía que no había plata.
Francisco murió joven. A partir de ese momento Raúl y Ana empezaron a pasar mucho más tiempo juntos. Raúl venía a casa sólo para dormir prácticamente, y a veces ni eso. ¡Pobres!, es que se tuvieron que dividir entre ellos el trabajo que hacía Francisco. A mí me daba lástima Ana, encima de quedarse viuda, sus tareas se acrecentaron.
Raúl empezó a viajar mucho más, siempre viajaba con Ana. Él me explicó que antes el matrimonio se ocupaba de los negocios en el exterior, pero ahora que estaban solos él debía acompañar a Ana. Él me quería llevar, me lo dijo, pero me iba a aburrir, además ellos viajaban por negocios, era dinero del estudio, no correspondía.
Ya nunca más fuimos a cenar a la casa de los Cabral. Raúl me decía que le hacía mal recordar esos momentos. Tenía razón, ¡qué mala esposa! Era su mejor amigo, como lo iba a obligar a hacer algo así. Ya era suficiente con tener que ir a discutir asuntos legales con su socia.
Cuando mi marido murió Ana estaba muy triste, mucho más que yo creo. Y es que ella se había aferrado mucho a él desde que Francisco falleció. Era la única que quedaba de los socios fundadores. Ya ninguno de ellos trabajaba, pero supongo que, de todos modos, eso también la afectó.
Le propuse recuperar las viejas épocas, juntarnos a tomar mate, a comer tortas fritas. Yo podía cocinar, ella me contaría de todas las ciudades más hermosas, y así no nos dolería tanto estar solas. Me dijo que sí, que era una buena idea.
La semana siguiente la llamé, tenía listas las tortas fritas. Ella no atendió el teléfono, ni ese día ni ninguno de los otros en los que intenté. Nunca volví a verla, siempre me pregunto qué habrá sido de ella.

1 comentario:

Luchi Paint dijo...

noe, gracias por el comentario. aproveché y me di una vuelta por el tuyo, me gustó mcuho también