lunes, 19 de octubre de 2009

A su manera

Noche en la Ciudad de Buenos Aires, microcentro. Las marquesinas de los teatros iluminan la calle Corrientes. Las luces de los restaurantes hacen lo propio con las calles menos glamorosas. Los bares musicalizan el ambiente. La gente va y viene, algunos más rápido, otros más despacio. Cada caminar tiene su ritmo particular. Se chocan, se esperan, se pasan. Los estiletos brillantes, las zapatillas de lona gastadas y las que sirven para hacer deportes (aunque no suelan utilizarse para ese fin), los mocasines, las botas, las ojotas y los pies descalzos se entremezclan en lo bajo de la ciudad. Desde el suelo se ven las diferencias compartiendo espacio.
Viernes. Intersección de Córdoba y Callao. El reloj marcaba que habían pasado algunos minutos de la medianoche.
Frente al elegante edificio de la facultad de Ciencias Sociales de una universidad privada dos personas recolectaban algunos cartones. Al lado de ellos pasaba caminando una pareja, ambos muy bien vestidos. Iban agarrados de las manos y conversaban de lo que parecía haber sido una cena romántica.
En otra de las esquinas de ese cruce de avenidas un grupo de adolescentes hacía una parada en un kiosco y se proveía de cigarrillos y chicles para las horas siguientes. Estaban notablemente emocionados por la noche que tenían por delante. Mencionaban una serie de nombres que causaban evidente alteración entre ellos. Un famoso boliche de Olivos era su destino final.
Yo disfrutaba, con un amigo, de una muy buena charla que me debía desde hacía mucho tiempo. Una promoción de dos por uno para un combo en un local de comidas rápidas había servido de excusa para la reunión.
Estábamos en la parada del 106, seguramente hablando de alguna trivialidad, cuando la voz de un señor nos interrumpió:
- ¿Hoy es 15 de Junio?, preguntó. Sostenía entre sus manos un diario de esos que se reparten gratuitamente en la calle y señalaba la fecha que rezaba en su portada.
- Sí, contesté y automáticamente me corregí mientras sacaba mi celular para mirar la hora. - Aunque ya son más de las doce, asique ya es 16.
- Ah claro, ya pasaron las doce seguramente, comentó el hombre pensativo. Entre las marcas de sus experiencias pasadas y algo de tierra se abrió espacio una sonrisa. Su look evidenciaba que su vivienda era la calle. Agradeció y se fue leyendo el diario. Caminaba despacio, sin apuro. No sólo su vestimenta lo diferenciaba, también un aire relajado lo distinguía de los demás.
Pocos minutos más tarde llegó el colectivo. Me subí, me mezclé con la multitud. Mientras viajaba calculé las horas que iba a poder dormir. Mis planes me obligaban a programar temprano el despertador ese sábado.
Continué con mi vida, una vida regida por el reloj y el calendario. Una vida que no me permite pensar en la existencia sin seguir las reglas del tiempo. La vida de una persona que solo en los sueños admite desconectarse del tic tac, que desde que abre los ojos por primera vez en el día sabe la hora, la fecha, el mes y el año en que se encuentra. Una vida tan presa del tiempo, de la velocidad, del ritmo, que no se permite mirar hacia un costado y ver cómo, dentro de la misma ciudad, del mismo barrio, en la misma calle, existen personas que no consideran a un par de agujas el eje de su vida.
Ese encuentro casual me abrió los ojos, me permitió ver algo que tuve a la vista siempre, algo que las anteojeras de la cultura en la que el ciclo de 24 horas es sagrado no me dejaba ver. Otras normas, otras reglas, otra cultura.

2 comentarios:

JuanT dijo...

Armás muy bien el escenario, el ambiente, los personajes, casi puedo sentir el bullicio causado por tanta gente junta.

Y, además, excelente reflexión.

Me gutó :D

noe dijo...

gracias! realmente me hace muy bien que me digan esas cosas :)