domingo, 13 de diciembre de 2009

La ciudad tras bambalinas (3° y última parte)

La soledad en la ficción
La soledad es uno de los temas que trabaja Pablo Ramos en el cuento Todo puede suceder, su mímesis I, diría Ricoeur, el foco en tu comprensión de la cotideaneidad. La soledad y la obsesión se tejen, se configuran en la relación entre un hombre y un zapato, dos elementos heterogéneos que se conectan en una trama determinada, completando el proceso de mímesis II. Esa relación genera un cuestionamiento, en el lector, de su propia soledad o sus propias obsesiones. A este momento Ricoeur lo llama mímesis III, es el momento en el que el lector reactualiza la obra, es cuando la narración hace al lector re-significar su pre-significado, cuando el narrador transforma al lector en su visión del mundo.
La soledad está trabajada desde esa cotidianeidad en la que todos vivimos inmersos. Miro los autos estacionados, la gente, que camina distraída; miro los negocios, los restos del verano en las vidrieras desordenadas. Todo es igual que siempre: una postal que se mueve, que perdura en el tiempo.
En este cuento Ramos hace a su personaje realizar una acción diferente a la esperable. El protagonista observa desde su balcón el desmayo de una chica en el medio de la calle luego de que casi la atropella una moto y toda la movilización que eso provoca hasta que finalmente se la lleva la policía. Sin embargo, el problema del personaje comienza cuando ve, en la misma calle en la que había caído la chica, un zapato tirado. El hombre, construido como una persona solitaria y obsesiva, baja a buscarlo, se lo queda, se lo prueba, lo analiza y finalmente, tras descubrir un papel con una dirección, lo devuelve. Una vez sin el zapato en su poder vuelve a sentir el vacío interior que lo impulsó a buscarlo en un primer momento.
Mediante este relato Ramos logra que el lector se cuestione sus propias obsesiones, su soledad. Sin embargo, en Todo puede suceder el personaje solitario es el mismo que ve lo que nadie ve. Ramos construye un personaje que gracias a su soledad y su obsesión logra ver lo que otros no. Quizás la soledad no sea solo causa de ceguera urbana, tal vez también sea la causante del poder de ver tras bambalinas.
El artista se ocupa de alumbrar esos elementos que suelen quedar al margen. Ya sea desde la soledad o desde la compañía, la ficción logra hacer brillar eso que la urbanidad opaca. Y no solo desde el under, si bien dije que la mediatización colabora con mantener ciertas cosas atrás, no se puede negar que algunas producciones sacan a la luz temáticas y las instalan en el centro del escenario. Vidas Robadas, por ejemplo, novela emitida por Telefe, corrió la cortina que mantenía a la trata de personas fuera de los ojos de la sociedad.
Tal vez el artista esté tan solo como cualquier otro ciudadano y la diferencia pase por lo que hace con esa soledad. Mientras muchos se hunden en la velocidad de la rutina, otros prefieren la embriaguez ficcional; porque la obra antes de ser un producto terminado es un proceso caótico, lleno de grandes y originales ideas desordenadas. Algunos eligen perderse en una perspectiva distinta del mundo, ser juzgados, ser (más veces de las que deberían) mal vistos, prefieren correrse del lugar común y (tal vez) pasar por locos.
Como un chico que va al teatro y ríe cuando alguna mano se le escapa al actor que espera para salir a escena; con esa inocencia de alguien que no se obnubila con lo que brilla, con esa pureza del turista, del que es nuevo en un lugar; el artista ve, el escritor cuenta lo que la ciudad no quiere mostrar.

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